En mi vida intenté muchas veces hacer un origami, un barquito de papel, bien, sin ayuda. Un avión que volase la oficina del trabajo, bien, sin problema. Pero como siempre, tanto éxito de doblar papelitos me vine arriba y empecé con las cosas serias. Un pavo real, un yoda, un dragón, un pájaro sin pico y un mono alado no ha sido tampoco un reto que no pudiera reventar un lunes en el trabajo para empezar despejado la semana.
El otro día que me quise automedicar para saber qué cómo seré cuando sea viejo, compré augmentine para augmentar mi estado de ánimo ya de por sí elevado porque una dependienta del berskha me rozó la mano cuando me dió el cambio. Porque mi novia estaba allí que si no seguro que me tiraba del brazo y me metía debajo del mostrador (me hubiera negado cari, me huuubiiieeeraaa negado).
Si los médicos son los matasanos, los que doblan los prospectos son los padres del hijoputismo, cómo se puede ser tan cabrón, ¿Por qué no hacen un rulo de papel como hacíamos todos con las chuletas del colegio y punto? No, tienen que doblarlo ahí como si intentar sobrevivir no fuera suficiente y antes de medicarte, para saber hacerlo tienes que contar hacia atrás los días que te quedan de vida mientras intentas recolocar el prospecto bien. Como venga mi madre que todo tiene que estar colocadito en su sitio le prende fuego al papel, y luego se quejan de que se automedica la gente. Coño si te puedes morir en el intento de aprender a hacerlo bien.
Y después de leerlo, que dices ¡Ah! es exactamente lo mismo que me dijo el médico. Pues piensas: bueno, al menos el bote no baila dentro de la caja y ahora llega lo simpático. Si te habías cagado en su puta madre desde el respeto ahora te la han clavado pero bien. ¿Alguien en el mundo consiguió doblar un prospecto exactamente como estaba, y volvió a entrar en la caja? No señor. ¿Sin usar tijeras? No.
Ahora me di cuenta que no soy el único que juega al origami en el trabajo, y que estos desafiantes de la razón aprovechan las horas muertas después de hacer medicinas para arruinarme la vida con un papel doblado, arrugado y que nunca más volveré a leer dentro del bote de medicina que no terminaré. Lo guapo es que se me olvidan los dolores mientras eso.
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