Sonreía por fuera.

Como siempre, a toro pasado, todo son soluciones, responsabilidades que exigir y conspiraciones que descubrir.  ¿Pero qué le habrá pasado a este hombre para que le importase tan poco la vida de los demás como la suya propia? Qué energía derrochó en concluir sus reflexiones en un final tan injusto para los ajenos. No para los muertos, que ya su consciencia no nos acompaña, sino para sus familiares. Si algo está claro, es que no existe examen psicológico que sea capaz de descubrir estos pensamientos tan íntimos. Por favor, ¡Si casi no podemos calcular el intelecto! – no es la culpa de un psicólogo despreocupado del bien, si no que, la sombra más oscura eclipsó a la luz del túnel que ya por sí era un laberinto. Ante eso no existe antídoto. ¿O sí?

No podemos nunca pensar en lo que haríamos en su lugar, porque ahora lo tenemos muy claro, así como la gente que dice que ya nunca más se subirá a un avión y que sólo viajará en tren. Ese mismo tren al que nunca más se acercarían después del accidente de Angrois en el que murieron 79 personas. O bien no aprendemos, o bien nos precipitamos en la poesía de nuestro corazón que confunde el dolor con el compromiso.

Dejo un momento de mirar el tenebroso escenario del mundo de una persona que se ha querido abandonar a sí misma, y en su alrededor sólo se ven curiosos, ofendidos, peritos experimentados y espías secretos dándole explicación a una amapola que terminó su primavera.

Cosas como: «la caja negra (que no es negra) estaba dañada. ¿Eso no era indestructible? ¿No la han manipulado para echarle la culpa y evitar otros culpables?» Es la que más miedo me da. Ya no el pensar que hay gente que puede pensar que una caja de metal empotrada contra una montaña a noSÉcuántaVELOCIDAD del aire no tendría que sufrir ni un rasbuño, si no que, ¿Esos investigadores qué querrían ocultar, su ineptitud? Yo prefiría que la humanidad dejase de buscar razones morbosas con las que llenar las redes sociales 3 días y se pusieran en el lado de los que se han quedado sin familiar.