Todos somos generosos ¿O no?. Si vemos una injusticia intentamos equilibrarla. Si una persona está pasando hambre le damos un trozo de pan, y así hasta el infinito. ¿Qué pasa si una persona que tiene hambre, nos pide comida y al dársela no nos dice ni adiós? Nos indignamos. ¿Pero no era eso la generosidad, dar sin recibir?
En un estudio de los americanos, como no, demuestran que la avaricia siempre prevalece a la generosidad. Según ellos esto ocurre porque en términos de supervivencia nadie sobreviviría con la generosidad. Supongo que esto es la excusa que tenemos si en un caso extremo preferimos vivir a morir por otros.
Todos decimos que generosidad es dar sin recibir pero, en realidad eso es dadivosidad. Aún así, si generosidad es anteponer el honor al interés, no hay mucha gente que lo haga sin un reconocimiento público. Es muy fácil darle un euro a una persona que está pidiendo en la calle pero como no sabemos a dónde irá ese dinero no lo hacemos. ¿Si nuestra intención es ayudar qué más da en qué se lo gaste? Nuestro punto de avaricia está ahí, en saber que lo que hacemos es bien aprovechado. Que el dinero que gastamos sirve para algo, que lo que hemos comprado sirve para algo. Compramos las «gracias», la validación de la gente.
No es que no seamos generosos, es que queremos que la gente lo sepa. A la mayoría de las personas les gusta que se les conozca por sus virtudes, así qué, para qué arreglarte si no vas a salir de casa. La actitud de la dadivosidad, corresponde a la integridad. Una persona íntegra sí es en sí misma una persona que haría lo más justo incluso en perjuicio de sus propios intereses, pero nunca sería incoherente con sus principios. Si todo el mundo fuese más íntegro que generoso quizás no existría el tercer ni el segundo mundo, sólo uno en el que todos somos iguales con todas las diferencias que seguirían teniendo.
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